lunes, 10 de marzo de 2008

Silencio Blanco

Es muy poco lo que rompe este silencio. Un silencio amortiguado por el aire contenido en el blanco infinito.

Este silencio lo rompe solamente la naturaleza. La fuerza de las tempestades que reclaman su espacio al hombre. Lo rompe el quejido lastimero del ulular del viento, lo rompe el blanco con el que se pintan los ojos que no dejan ver más allá de dos pasos frente a si.


Y ahí estaba yo, parada sin pedir permiso para verlo. Ahí estaba yo, consciente de lo infinitamente pequeña que es la raza humana. Es pequeña, porque más allá del intelecto, que todo lo alcanza, no tiene la fuerza hercúlea de la naturaleza. Esa si es capaz con un halo simplemente destruir en un instante lo que al hombre siglos le ha tomado hacer. Pero no es destrucción, es el mismo lenguaje y moldeado de la naturaleza, que obedece a sus caprichosos designios, cuya unidad de tiempo se mide en siglos, en pausas tan largas que las generaciones humanas pueden fácilmente perderle la pista.

Y no sé, con este silencio, amortiguado y blanco, he escuchado de mí hasta lo más secreto, lo que me había pasado por delante anteriormente: el sonido de mis tripas, mi pulso en las orejas, mi respiración, hasta los parpadeos suenan. Entre este silencio y el escucharme a mí misma, estoy tomando más de la mano a esta mujer en la que me he convertido.



Espero que el silencio de pronto paso a la luz, al sonido, a la vida. Que despierte de este invierno y me haga junto con la tierra, primavera.